SINOPSIS
¿Qué ocurriría si descubres que no eres la persona que creías ser?
¿Seguirías hasta el final buscando respuestas, aún sabiendo que tu vida corre peligro?
El hallazgo de un antiguo amuleto bereber reviva una historia guardada bajo llave que asalta las tranquilas vacaciones de Marc Sauné y su novia Laura por Andalucía. Bajo la influencia de ese extraño talismán, viajarán a través de diferentes enclaves del territorio andaluz y de Marruecos hasta el implacable desierto del Sáhara, enfrentándose a oscuros personajes y a un inconfesable secreto de familia que pone en constante peligro sus vidas.
Durante esta odisea de acontecimientos, discurre un relato paralelo situado en el siglo XIII donde la vida del caballero Arturo Sánchez de Haro y la joven musulmana Zaira nos dan la clave para entender toda esta historia, marcada por una lejana y mortal profecía.
Atrévete con esta nueva aventura de vida, amor y muerte. Un relato que te atrapará de principio a fin.
FRAGMENTO
"El campo de batalla rebosaba cadáveres por todos lados que iba sorteando con tremenda dificultad. El suelo mostraba una estela de horror y destrucción sin igual. Cientos o incluso miles de hombres y caballos hacinados se esparcían desmembrados y esparramados por tierra. Regueros de sangre aún caliente formaban riachuelos descontrolados entre los espacios libres que dejaban los fallecidos. Los que se mantenían en pie se afanaban por localizar posibles víctimas que habían sorteado a la muerte en la encarnizada contienda para darles la estocada final. Ningún musulmán podía quedar vivo. Era un combate a muerte. «Sin prisioneros», logré escuchar. Yo me encontraba totalmente aturdido y fuera de mí. Iba enfundado en una especie de armadura que pesaba horrores. En la mano derecha sujetaba una espada de la cual todavía goteaba sangre humana y en la izquierda un escudo bordeado en rojo con aspas doradas, en cuyo interior dos lobos portaban en las bocas unos corderos. Me daba la sensación de estar situado en medio de un espacio lleno de asesinos despiadados que bajo la impunidad de la religión se regocijaban en su pasatiempo preferido: segar la vida de otras personas. Estaban concebidos para la guerra. Esa era su profesión y se encargaban de llevarla a término como grandes expertos en la materia. Sin escrúpulos. Sin remordimientos. Sin misericordia.
Mi corazón latía a un ritmo tan frenético que suplicaba para que no me diera un ataque allí mismo. Solté la espada, lancé el escudo lo más lejos posible y me quité el yelmo para dejar la cabeza al descubierto. El paisaje sin el casco parecía más espantoso, espeluznante y desolador. Se oían gritos estremecedores de almas a punto de cruzar al paraíso. Caminaba sin sentido ni rumbo. Me aterraba presenciar tanta crueldad. Un joven islámico pedía ayuda; tenía una pierna partida por varios sitios y gritaba de dolor. Cuando me agaché para ofrecerle auxilio, el silbido de una flecha a gran velocidad lanzada desde una ballesta anónima cruzó por delante de mi cara y se incrustó en la garganta de aquel chico. Me tapé los ojos. No quería ver nada más. Buscaba una salida a aquella pesadilla y quería despertar. Mientras tanto, en la escena de toda esta barbarie, se escuchaban vítores alzando las armas y las enseñas al aire. Me levanté y continué mi desesperada huida hacia ninguna parte. De repente, escuché una tímida voz que a duras penas conseguía pronunciar unas palabras. Provenía de un caballero moribundo que se debatía entre la vida y la muerte. Me hacía señas con la mano. Me acerqué para intentar salvarle, pero tenía demasiadas heridas y temí lo peor. Lo único que me quedaba fue proporcionarle el consuelo de no morir solo. Quise ofrecerle una mano en la que protegerse y consolarse en sus últimos instantes en este mundo.
—Hijo mío, estás aquí. Prométeme que serás fiel a tu rey. Sirve con honor a Dios y serás recompensado por toda la eternidad. Me voy tranquilo sabiendo que he servido dignamente a mi pueblo y al Señor por partes iguales. Dile a tu madre que siempre la quise. La esperaré eternamente en el Reino de los Cielos. —Entonces la voz entrecortada de ese hombre palideció, se fue apagando y exhaló su último aliento en mis brazos. No alcancé a prometerle nada. De haberlo hecho, le hubiera tenido que mentir.
Me fijé bien en él. A su lado observé el mismo escudo de armas que había lanzado unos momentos antes; más tarde supe que se trataba de la casa de Haro. Usábamos idéntica vestimenta: una cota de malla formada por discos metálicos que cada vez notaba más pesada y cubierta por una sobrevesta con una cruz roja que costaba diferenciar del resto de manchas de sangre. Ese individuo me había confundido con su hijo. Íbamos ataviados de la misma forma, así que tal vez lo fuera en el sueño. Sea como fuere, se había marchado luchando por su fe y en paz consigo mismo. Cuando fui a cerrarle los ojos observé algo que me llamó la atención. Estaba recostado encima de una fracción de bandera que distinguía de forma parcial. Moví el cuerpo inerte del caballero hacia un lado y entonces lo reconocí al instante. Se trataba del mismo trozo de tela que había visto aquella mañana. Ese hombre estaba tumbado sobre el estandarte musulmán, todavía sin profanar, de la iglesia de san Miguel Arcángel de Vilches.
Súbitamente desperté con una opresión en el pecho que me impedía respirar y un sudor frío que por todo el cuerpo que me helaba el alma. Fui cogiendo pequeñas bocanadas de aire y poco a poco intenté calmarme mirando a mi alrededor. «Ha sido una alucinación nocturna y nada más», me decía a mí mismo. Después de unos instantes, retomé la normalidad. Laura dormía plácidamente a mi lado. Todo había sido un sueño, un delirio momentáneo fruto del día anterior. «Ya ha pasado», me repetía una y otra vez.
Pero la realidad fue que no volví a pegar ojo en toda la noche. Me resultaba muy extraño. Había vuelto a soñar después de mucho tiempo y de nuevo tuve la sensación de haberlo vivido en mi propia carne. Me puse bastante nervioso y sufrí otra de aquellas largas veladas de insomnio que tanto me habían atormentado en el pasado."